Anciona Juarez Arrozco

Editor’s note: This article first appeared in English in Midwifery Today, Issue 77, Spring 2006. It is excerpted from the book, Voices of Maya Midwives: Oral Histories of Practicing Traditional Midwives from the Mam Region of Guatemala; $25, 164 pages, spiral bound, paperback. Available from the author at [email protected].
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Nota de la Editora: Este artículo fue publicado en inglés en Midwifery Today Issue 77, Spring 2006. Este artículo fue extraído del libro, Voces de las comadronas mayas: Historias orales de la práctica de la partería tradicional de la región de Mam de Guatemala; $25, 164 páginas, límite del espiral, libro en rústica. Se puede conseguirlo del autor a: [email protected].

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Anciona Juarez Arrozco
Foto proporcionada por el autor.

Anciona Juarez Arrozco ha vivido como una de las comadronas en el pueblo de Concepción Chiquirichapa por mas de 30 años. Para llegar a la casa de doña Anciona uno tiene que caminar del pueblo por senderos estrechos y polvorientos, mas y mas arriba, hasta el borde de un escarpado, y desde allí subir por una escalera larga de tierra hasta casi la cumbre, un poco abajo de la fila de árboles de la selva alta. Allí se ubica doña Anciona en su hogar de una habitacion, hecho de adobe, lejos de cualquira carretera transitable por vehículo. Doña Anciona tiene 81 años de edad, y con su sonrisa amplia a graciosa, ella es un ejemplar rebosante de salud fuerte. Doña Anciona es la madre de cuatro hijos y abuela de 25. Porque doña Anciona habla el mam solamente, mi entrevista con ella se condució en el mam con las traducciónes al español (y del español al mam) hechas por Antonina Sanchez, también una de las comadronas entrevistadas.

Doña Anciona, como las otras comadronas de su tiempo, empezó asistir los partos por las necesidades de su familia. Cuando la madre de doña Anciona practicaba como la comadrona del pueblo, estaba solamente una vez con ella. Desgraciadamente murió antes que ella pudiera enseñarle algo a su hija. Después de que su madre falleció, ocurrió que doña Anciona tenía una cuñada embarazada. La cuñada tenía las incomodidades y molestias que se sienten temprano en el embarazo, y como era la costumbre, ella quería entrar al temascal para sentirse mejor. También era la costumbre en ese tiempo que la comadrona entrara al temascal con la mujer embarazada para darle un masaje. Por eso la cuñada fue al pueblo buscando la comadrona, quien se puso de acuerdo que iba venir a la casa para hacer el baño en el temascal con ella. La mujer preparó su propio baño. Amontonaba leña al fuego hasta que tenía bastante carbón ardiente, para calentar el agua de su baño. Esperó la comadrona, pero nunca llegó. Entonces ella entró al temascal sola. El próximo día fue a la comadrona para averiguar porque no llegó. La comadrona prometió venir mas tarde el mismo día. Otra vez la mujer preparó el baño, porque no se sentía bien y tenía la necesidad de entrar al temascal con su comadrona. Otra vez la comadrona no apareció, y por eso entró al baño sola. Sin embargo, no se sentía tranquila haciendo el baño a solas, porque lo que deseaba fue tener su comadrona a su lado. Otra vez regresó a la comadrona para preguntarle porque no llegó. La comadrona respondió, “Porque no lo hacemos mañana, porque no tengo tiempo ahora.” Entonces por la tercera vez, preparó el baño y esperó, y por la tercera vez la comadrona no se presentó.

“¡Ya va!”, decidió.

El hermano de doña Anciona le dijó, “Hermana, vayate con mi esposa y hagale su baño. Sigas con el trabajo de mamá.”

“¡No!” protestó. Ella razonaba que no lo podía hacer porque nunca había estado al lado de su madre cuando ella asistía los partos, y no sabía que hacer. La primera vez que se enteró del trabajo de su madre fue cuando ella misma tenía cinco meses de embarazo y su madre la ayudó en el temascal.

El hermano insistía en que ella sea valiente y fuerte y a lo menos en que haga el baño para que su esposa pudiera sentirse mejor. Por fin doña Anciona se atrevió hacer el baño con su cuñada, quien tenía cinco meses de embarazo en ese tiempo. Le dió un masaje sobre todo el cuerpo con el jabón negro, lo mismo como su madre lo había hecho antes. Al fin, la mujer se sentía mejor después del tratamiento. El hermano de doña Anciona vino con su esposa cuando tenía ocho meses de embarazo y le dijó, “Hermana, te estoy entregando mi esposa para que la cuides.”

“No, no,” dijó ella, “¡no lo puedo hacer!”

Pero el hermano insistió. Al fin, empezó darle un examen a su cuñada y encontró que el bebe estaba un poco al lado. Empezó darle un masaje del abdomen y pudo mover la cabeza del bebé mas abajo en la posición donde debía estar. El hermano le dijó, “Te voy a encargar para atender a mi esposa porque no hay otras comadronas.”

Actualmente, había otra comadrona, pero asistía a tantos partos que no había ningun modo que los pudiera hacer todos. Entonces cuando la cuñada empezó los dolores del parto, mandaron a llamar a doña Anciona. Todavía no quería aceptar el trabajo, pero se fue a la casa de su hermano y encontró la cuñada caminando con los dolores de parto. Doña Anciona le pidió que se acostara para hacer el masaje abdominal.

“Estás cerca,” le dijó. “Te vas a aliviar acostada o en cuclillas?” La mujer decidió que en cuclillas, y allá nació el bebé. Doña Anciona fue a coger una tijera para cortar el cordón umbilical como era la costumbre. En ese tiempo antes de que se ofrecía cualquier capacitación para las comadronas de la comunidad, ella también esperó hasta que la placenta salía y entonces, cuando la vió pudo cortar el cordón. Después de amarrar el cordón con un hilo, lo cortó entonces, agarró una hoz y puso la punta en el fuego hasta que estaba bien roja. Con el filo de la hoz ardiente quemó el extremo del cordón para secarlo y prevenir cualquiera infección.

Cuando doña Anciona asistió ese primer parto, aunque todo salió muy bien, su corazon estaba palpitando. Después entró al temascal con su cuñada, pero no podía dejar de pensar sobre el parto y se preguntó si lo había hecho bien o no. Como su madre lo había hecho por ella, le dió un masaje a la mujer. Todavía seguía preguntandose, “Qué estaba pensando y porqué me comprometí a atender este parto?”

Después del parto, fue necesario que ella haga doce baños con su cuñada, entrando con ella cada vez. No había terminado la serie de baños con ella, cuando otro hermano vino pidiendo que doña Anciona entre al temascal con su esposa embarazada, porque no se sentía bien. Primero terminó el baño con la primera cuñada, y entonces fue para ayudar a la otra inmediatamente. Éste lo terminí cuando oyí perros ladrando y alguien tocando a la puerta mientras estaba descansando.

Fue otro hombre preguntando por doña Aciona, pidiendole que venga para atender a su esposa en los dolores de parto. El hermano de doña Anciona había propagado las noticias. “No deberias decirle a nadie,” le dijó ella. “Lo estoy haciendo solamente para la familia. No soy comadrona.”

Pero el hombre le rogó que viniera y al fin le acudió. En las dos semanas había atendido tres partos. No tenía intención de continuar, pero la gente venía buscandola. Porque no habían suficientes comadronas en ese lugar, ella seguía asistiendo los partos y haciendo los baños. Ahora, ella está más de 30 años trabajando, y normalmente asiste siete u ocho hasta diez partos por mes.

Casi todos los partos de doña Anciona están en la comunidad de Tochan, al otro lado de la colina detrás de su casa. No hay carreteras donde ella vive, y por eso camina a pie arriba de la montaña, pasando por el bosque, abajo al otro lado. Ninguno de los partos ocurre en su casa. Aunque siempre a llegado a la casa de la mujer, recientemente doña Anciona decidió no viajar más a esa comunidad por la dificultad en llegar allí. Tiene 81 años de edad, ha servido la comunidad durante muchos años, y ahora le gustaría descansar más. Desde setiembre del año pasado (2003) no ha viajado a esa comunidad. La gente todavía manda a buscarla, pero no se va. Solamente atiende las mujeres quienes viven cerca de su casa. Desgraciadamente no hay otra comadrona en aquella comunidad, pero doña Anciona no sabe que van a hacer. Ha ofrecido enseñar a sus hijas y sus nueras y las otras mujeres del pueblo, pero parece que nadie quiere ocuparse con el papel de la comadrona. Ella dijó que verdaderamente habían algunas que querían aprender, si no fuera que los esposos no las dejan salir: la buena comadrona muchas veces tiene que descuidar sus deberes de casa para cuidar a una mujer en dolores de parto.

Doña Anciona se siente agradecida por su trabajo de comadrona porque le ha dado una oportunidad de ganarse la vida. A veces ha hecho siete baños en un día. Porque ha atendido a todas las mujeres quienes han dado a luz en la comundad de Tochan, ella andaba de casa a casa haciendo los baños después de los partos. Por el numero de partos y los muchos baños que ella hace para cada mujer, su trabajo llena su vida. En el pasado recibía diez quetzales para un parto y todos los baños. Cuando ella empezó al principio solamente recibía cincuenta centavos. Ahora las comadronas de la zona reciben más o menos 150 quetzales. Ella dice que sigue haciendo el esfuerzo porque así gana la vida. Sin embargo está cambiando para ella ahora. Su cuerpo se ha rendido y por eso no puede continuar asistiendo los partos como antes.

Por razon de la edad de doña Anciona y su carrera larga de comadrona, ella a visto muchas cosas cambiar durante estos años. Explicó que antes mujeres solo se aliviaban en la casa. Ahora ella dice que algunas mujeres se van al hospital, pero ella no entiende porque. Doña Anciona contó una historia de los días antaños que aclara el desgusto profundo que tenía una mujer con la idea de aliviarse en el hospital. Había una mujer quien tenía dolores de parto livianos y quien estaba sangrando mucho a la misma vez. En las capacitaciónes que se dan a las comadronas siempre dicen que este tipo de situación es extremamente grave, y que se debe llevar la mujer al hospital, porque la madre y el bebé están ambos en peligro de morir. Doña Anciona se recordó de su capacitación y le dijó a la mujer que quería traerla al hospital. La mujer le dijó decisivamente, “No, no me voy al hospital. Si me muero aquí con mi bebé entonces me muero. Pero no me voy al hospital.” Doña Anciona no podía esforzarla y se quedó con ella. La mujer seguía sangrando todo el día y empezó sentirse desmayada. Se le dió un vaso grande de atol crudo y huevos criollos con medio octavo de anisado.

Empezó sentirse mejor y la hemorragia se quitó. Doña Anciona se quedó con la mujer toda la noche. Fue a su casa para hacer el desayuno por la mañana y la llamaron de regreso para asistir el parto. El bebé nació muy pronto y pesaba diez libras. Todo estaba bien y nada más ocurrió. Doña Anciona dijó que la mujer estaba un poquito enojada con ella, porque en vez de apoyarla, quería mandarla al hospital. El parto la sorprendió porque siempre había oido que una hemorragia durante los dolores de parto es muy peligrosa, pero “gracias a Dios”, dijó ella, “el bebé nació bien y todo salió bien.”

Otra cosa en la cual doña Anciona puede ver un cambio es que las mujeres están empezando a perder la confianza en las plantas medicinales. Dijó que la mayoría de las mujeres todavía usa las plantas, pero antes tenían más confianza en ellas. Doña Anciona se acostumbraba usar la raíz de azucena para hacer un té que la madre tomaba para ayudarle durante los dolores de parto. Ahora ya no puede encontrar la planta y las que tenía se las “comieron” algo en la tierra. Eso aparte, las hierbas más usadas son la pimpinela (Poterium sanguisorba) y el pericón (Tagetes lucida) en un té. Estas hierbas ayudan a calentar el útero de la mujer para que trabaje mejor durante los dolores y para calentar al bebé para que no se resfrie al nacer.

Un té de esas mismas hierbas junto con la manzanilla (Matricaria courrantiana) y algunas gotas de licor anisado se usan para las molestias y los males del embarazo. Se dice que si la mujer tiene muchas goteras durante el embarazo, es porque ella tiene frio. Las hierbas medicinales ayudan que la matriz se caliente. Si las hierbas no trabajan, entonces no es por el frio, y se tiene que hacer otra cosa, como ir al centro de salud. Normalmente las hierbas y un baño en el temascal le ayude a la mujer sentirse mejor.

Después del parto mirto (Salvia mycrophyllia) fue usado para arrojar los membranos que quedan o los pedazos de la placenta. Además que estos, la mujer siempre toma un té con el pericón y la pimpinela, una cuchara de uenteltea (una pasta anaranjada que se compra en la farmacía) y un medio octavo de anisado. Normalmente las hierbas no son la responsabilidad de la comadrona. La comadrona hace la recomendación, pero normalmente la familia tiene las hierbas preparadas para el parto y para después del parto.

Todavía es muy común encontrar cada mujer si misma haciendose su té de las hierbas para los dolores y sus remedios para el temascal después del parto. Aunque la mujer quizás no los quisiera tomar, la suegra va a asegurar que ella las tome.

Cuando terminamos doña Anciona me dió gracias por la entrevista, y me dijó que por ésta, ella pudo recordarse del pasado y como fue que ella empezó a ser comadrona. Ella espera que esta pequeña contribución de su tiempo le ayudara a otras personas entender mejor el trabajo de las comadronas de Guatemala.

About Author: Sarah Proechel

Sarah Proechel es una estudiante de la partería y la medicina de hierbas. Vive en Nueva York en la valle de Hudson con su esposo y dos hijos hermosos, Leo (10) y Eliot (2). Sarah tiene una pasión para la partería indigena y tradicional and encantaría ver muchos puentes construidos de amor y entender entre las parteras del norte industrializado y las culturas tradicionales de Latinoamerica. Su libro, Voces de las Comadronas Mayas: Historias de Parteras del area Mam de Guatemala fue publicado en 2005 y se lo puede conseguir en www.lulu.com/mayamidwives. Pronto lo va a publicar en español también. Se puede contactar Sarah en [email protected].

Sarah Proechel is a doula, herbalist and student of midwifery. She graduated from Goddard College in 2004 with a degree in Health Arts and Sciences and a focus on midwifery and herbal medicine. Sarah lives in upstate New York with her husband Rick and her sons Leo, nine, and Eliot, one.

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